MATÍAS ÁVALOS
Malo entre los buenos. Desobediencia y radicalidad en la obra de Mario Verdugo
Publicado en Rapallo. Número 9, septiembre 2024, Buenos Aires.
Fragmento.


0

Producir y experimentar arte es entrar en relación con su historia. Puedo leer
poemas desligados de su contexto, pero situados espacial y temporalmente sus
sabores me saben más intensos: queman, pican, endulzan o anestesian mi lengua
y paladar. Dejan de ser golosinas de paso, me nutren. En estos siete años que
llevo en Chile pude hacerme una especie de historia chilena que me sirvió para
empezar a sentir el gusto a los poemas y clasificarlos por su relación con la
historia. Por un lado están las obras y los poetas buenos. Por el otro, los malos.
Los buenos lo son por hacer exactamente lo que se espera de ellos. Veo tres tipos
de buenos poetas actuales. Los primeros ostentan un respeto irrestricto a la
tradición, que los lleva a incurrir en ridiculeces como purismos formales cuya
traducción a poema casi nunca supera el sueño. Los segundos ostentan un
respeto irrestricto por las vidas de miseria, vicios y locura de poetas mayores cuya
traducción a poema casi nunca supera el cringe. Los terceros ostentan un respeto
irrestricto por la tradición gringa cuya traducción a poema casi nunca supera la
indiferencia (este último grupo, revisando los últimos libros publicados en
Argentina, es el favorito de los editores argentinos que buscan el tesoro de los
buenos poetas que tocan los temas que mejor cotizan en el mercado de la
diferencia).
Los malos poetas, en cambio, toman otros caminos, produciendo obras que
gestionan lo que se es, de una manera diferente a la que indica lo que se debe.
Lo más fácil es llamar a esos caminos experimentación. Las malas grandes obras
chilenas post-dictadura son experimentales e incluyen algunos casos en prosa
como Quebradas (2007), La Filial (2012) o Leñador (2013).
Pero la palabra experimental se convirtió por su (ab)uso en una ortopedia del
pensamiento que ya no sirve para reparar ni sostener ninguna extremidad. Por eso
me parece más acertado enmarcarlos en otro término: anacronismo; que veces
excede su raíz vinculada a temporalidades y se vuelve válido intercambiar el
término por mestizaje o su traducción contemporánea, sampleo. Digamos que

existe un tipo muy chileno de anacronismo, que deliberadamente elige algo
parecido a ignorar, pero mucho más arriesgado.
Tres buenos casos de malos que me impresionaron en estos años que llevo acá
son el libro Black Water City, de Américo Reyes Vera, un hermoso ejemplo de
anacronismo; el libro 11, de Carlos Soto Román, un gran ejemplo de sampleo de
materiales; y finalmente, una obra que sintetiza el mal comportamiento a imitar,
que es la que abordaré, la del poeta Mario Verdugo.