(que alguien se sacó y le tiró en la frente a ciertos ingenuos
del lenguaje)
Sugiere el poeta italiano Evangelista Torricelli, inventor del barómetro y amateur de la lengua, que conviene separar al lenguaje en dos grandes grupos, a los que llama realidad y metafísico.
Con realidad se refiere a que el referente más cercano que tiene este tipo de lenguaje, su objeto y fin, dice textual, es el mundo y sus relaciones. A este, al de la realidad, lo divide en dos —en La lingua è un termometro rotto in flagrante, ese famoso poema en verso que circuló de manera clandestina dos años después de la publicación del Discurso del Método, libro al que hace alusión no pocas veces a lo largo de su obra— el primero es el cotidiano [banal le llamará 343 años más tarde Deleuze en un seminario recuperado y publicado por Editorial Cactus] que sirve para articular de manera inmediata una acción en el mundo, mía o del otro. Es el que uso para preguntar si querés huevo o preferís palta, y después de que el otro se decida por palta, sea esta la que protagonice el desayuno —en el ejemplo italiano el otro prefiere mejillones.
El siguiente del grupo es el político y tienen en común con el cotidiano que ambos persiguen un fin. La diferencia radica en que el político articula distintas voluntades para alcanzar un objetivo, esta vez estructural, dispuesto en el plano real de las cosas, por ejemplo, en un discurso o debate, ambos buscan convencer.
El grupo del lenguaje metafísico [le dice así y el nombre-categoría no debe ser tomada de manera literal sino en el sentido —común— que el tiempo le dio, que terminó siendo parecido al que Descartes le dio, recordemos que el ensayo de Torricelli es pre-Kant: las vueltas de la vida]; el metafísico también está separado en dos. Por una parte está el abstracto [filosófico/del pensamiento] que me sirve para articular bloques de sentido que se dirijan o me conduzcan a saber qué puedo saber de determinados temas. El mundo está presente pero vuelto dato, de manera lógica, este es el mundo de las matemáticas, de la filosofía.
El otro grupo dentro de este es el del lenguaje poético. Como en el grupo de lo real, donde lo cotidiano y lo político se tocan y parecen mezclarse [Foucault hará bastante con esto 320 años después] también hay poemas que parecen ensayos o ensayos que parecen poemas, en los términos de Torricelli, abstractos que parecen poéticos o poéticos que parecen abstractos, pero la diferencia radica en que el poema no tiene un fin determinado, no busca saber qué puede saber del mundo:
«mi contemporáneo favorito produjo un juicio / pienso luego existo / y partimos de esa base / a saber qué más podemos saber; / pero ese juicio / ese verso si se quiere / no quiere decir / nada más que lo que dice / no dice nada más que lo que dice / su lectura se agota en el / entendimiento / pero pasaron trescientos años / y la Divina Comedia no se entiende / y por / momentos sí / es sospechosa y dice algo / que después niega o que se abre / se abre y se estira / quién sabe hasta cuándo, hasta dónde / su réplica es un abismo»
Hasta acá Torricelli. Ahora el porqué de Torricelli. Porqué traer este ensayo en verso del siglo dieciséis, que si bien alumbra varios problemas, no se anima a proponer más cruces entre los grupos, que son los que veo.
Porque hay algo que produjo la lectura que Foucault hace de este amateur del lenguaje que se puso muy de moda post 2001: biopolítica
Y dentro de eso, algo peor: el arte político mezclado con redes sociales; esa extraña abstracción. Entonces hay artistas, y lo peor, hay poetas que tratan de acercar el grupo de lo poético al de lo político y generan el efecto contrario, que es producir en sus lectores la sensación de que hicieron algo por la realidad inmediata a partir de haber asistido a tal o cuál tertulia, lectura, recital, etc.
A esto lo llamo el efecto halloween [o Teletón] poemas disfrazados de política que van casa por casa y dicen su perorata a cambio de likes-aplausos-lucas.
Ese poema disfrazado de política, finalmente, no es una cosa ni la otra, matemáticamente, así como menos por más es menos, política [lenguaje negativo, Adorno] + poesía [Alumbra desde las sombras], es igual a banalidad [Arendt, sí, pero después de enterarse que su nazi-objeto de estudio, sí era consciente de lo que estaba haciendo]. En nuestro ejemplo, es igual a «¿querés que haga huevos o palta?» y sería todo.
Como en la fiesta gringa, los disfrazados se toman la calle para ponerse borrachos de alcohol o azúcar, y los que debieran salir a la calle [hacer política de verdad] se quedan en la casa, porque dando dulces o aplausos o likes o dinero, ya cumplieron con su cuota de contribución con el mundo que nos asesina, boicotea, corrige, explota, fisgonea, garca, hunde, incendia, juzga, kiebra, lucra, muerde, niega, objetualiza, prescribe, quema, rompe, suicida, tortura, ubica, viola, w x y z.
Un argumento más made in Curicó vía Américo Reyes: «Y donde quiera que te halles / escribe poesía como única defensa. No sea / que se desate una guerra / y descubran que eres el enemigo».
PD: El ensayo de Torricelli no existe: ¿importa?.