Castrato, Gloria Dünkler, Ediciones Tácitas, 25 páginas.
En el contexto de crisis sanitaria actual, Editorial Tácitas le dio una vuelta interesante a la iniciativa que tuvieron otras editoriales de liberar material, produciendo una colección llamada Plaquettes de la cuarentena, de libre descarga en la página de la distribuidora de libros La Komuna.
La colección contiene alguno de sus autores, entre los que resaltan Kurt Folch, Rosabetty Muñoz y Gloria Dünkler. De esta última liberaron Castrato, poemario que, según el colofón, la autora escribió en 2013 y se publica íntegro por primera vez.
Hay objetos que no se entienden por demasiado borrosos o demasiado definidos. Naturalmente me gusta el caos de los segundos, de los que persiguen su verdad sin concesiones para con el lector. Los que no lo subestiman. Objetos para los cuales comprensión es mucho más experiencia que entendimiento.
Gloria Dünkler es una reconocida productora de estos objetos. Desde los títulos —Quilaco seducido, autoedición, (2003), Füchse von Llafenko (2009), Spandau (2012) y Yatagán (2015), los tres por Ediciones Tácitas— a lo que podrían llamarse temas o escenas, sus libros son pequeños mundos tan densos como suficientes.
En el caso de Castrato, los veintitrés poemas de no más de diez versos están situados en una ruralidad sureña muy lejana al cliché de la postal tranquila; por el contrario, la sangre y la muerte como posibilidad constante golpean desde el inicio:
«El cordero se cocina en un infierno de asadores
y maduro en piedra estos cueros de ovejas,
mientras pienso
¡ay de las ataduras que nos sacan de quicio!
y entiendo la libertad que se encuentra en la muerte.»
Pero, como anticipaba, Dünkler es más valiosa por lo que hace que por lo que dice.
«Aunque fuese la mitad del mundo
el hueco en el pecho no se aquieta
no silencia el apetito el mejor banquete
y en la carne la venganza de los años.»
El concesivo (aunque), que en los primeros dos versos tiene un único sentido, se abre en el tercero, pues ese no-silencio aplica tanto para el apetito como para el sujeto que suponemos al principio. El cuarto verso prescinde de los conectores gramaticalmente correctos y confía en el ritmo, de modo que al pecho inquieto y al apetito, le suma la venganza de los años, entregando con mayor fidelidad la sensación del hablante. Y culmina:
«Ya no codicio el amor que he probado bien
pues allí mi castigo de jamás conservarlo».
El quinto verso nos aclara de quién es el pecho que no se aquieta. Pero fíjense en la forma de construir el predicado, negando el verbo codiciar, y poniendo esa negación como la clave para evitar otra negación, la de conservar el amor. También a la idea profundamente paradojal a la que llega. Comprensión como experiencia. En breves, intensas y gratuitas 25 páginas.